martes, 24 de febrero de 2009

RELATOS KAFKIANOS


Fuente: Creabook

Nuestro alumnado de 4º se atreve a relatar su encuentro con La Metamorfosis de Kafka, cada uno con su estilo. Ahí van unas cuantas historias ...inquietantes:

Cuando me desperté una mañana después de un sueño intranquilo, me encontré sobre una cama convertido en un extraño ser negro. No alcanzaba a verme los pies porque mi cuerpo era prácticamente redondo. Apenas podía mover el cuello ni las articulaciones, me sentía muy torpe, lento y cansado, sensación habitual en los sueños, pero aquello era cierto, había pasado mucho tiempo desde que me desperté y seguía encerrado en aquella habitación redonda, cuyo techo no alcanzaba a ver y cuyo único mobiliario consistía en la cama donde había pasado la noche. Resignado a esta situación, me di cuenta de que mi piel había cambiado, era de tela y esponja, parecida a un disfraz imposible de quitar.

Esta piel cubría mis manos e incluso mi cabeza, sólo no lo hacía con la cara, donde la piel se volvía fría y en una parte de mi estómago, cubierto por un frágil cristal que no me atreví a golpear. Inspeccionando este cristal, pude observar el piloto de una cámara que parpadeaba. La cámara estaba situada tras una protección de plástico.

Esto me hizo pensar en el lugar en el que estaba: sin puerta, con una cámara y una cama; aquello parecía una cárcel donde me habían encerrado por algo que había hecho aquel siniestro muñeco de tela.

JACINTO CARRASCO


Cuando Ambrosio se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un periquito desplumado. Desde que le pillo la policía en su último asesinato y fue encerrado en una celda aislada, no cesaba de sufrir pesadillas. Un sueño creyó que era, pero un enorme deseo de pipas no le dejaba dormirse de nuevo. Por fin se dio cuenta de la realidad.

“¡¿QUÉ ES ESTO?!” aulló.

No podía reprimir su ira y gritaba sin parar, aunque insonorizada estuviera su celda.

“¿Cómo puede ser que yo, el mayor homicida de la historia, se transforme en un periquito calvo?” chillaba Ambrosio mientras se enfurecía aun mas.

Por si fuera poco lo nervioso que se encontraba, el mono de frutos secos le causaba convulsiones y espasmos.

Unos repiqueteos de llaves sonaron en la puerta, pues era la hora de la cena.

Corrió como pudo y tropezó varias veces en esa habitación tan pequeña y desolada, y tan grande ahora para un periquito.

El policía entró en la celda y, al verlo, lo mató de un pisotón confundiéndolo con una cría de rata o algo por el estilo.

Enseguida dio la voz de alarma. Ambrosio había desaparecido.

JAIME MORENO MELGAR



DESCONCIERTO

Cuando me desperté una mañana después de un sueño intranquilo, me encontré convertida en nada. Muchas veces me había sentido así, pero nunca tan materialmente. A veces tenía sueños extraños, por lo que pensé que esta vez mis neuronas encargadas de la onírica se habían propuesto recordarme cómo me sentía aquel día. Turbada, intenté volver a dormirme. Imposible.

Un desconcierto indefinible me inundó en el momento en que decidí salir de la cama. Mis pies no salieron, simplemente porque no estaban. Tampoco mis manos, ni los brazos ni tampoco la cabeza, ni la horrible melena encrespada. Estaba despierta, de eso me sentía completamente segura. Llena de pánico me percaté de la situación: ¿había muerto? ¿me había convertido en un alma en pena? ¿dónde estaba mi cuerpo? No pude pararme a pensar porque súbitamente comencé a elevarme, poco a poco, cada vez más rápido, y atravesé vertiginosamente toda barrera física.

Horrorizada, experimenté todas las variedades del miedo; luego, poco a poco fui sosegándome y me sentí frágil, tremendamente pequeña ante el colosal universo que se extendía ante mis no ojos. Una vez alcanzado un punto del firmamento, mi ser, o mi ectoplasma, o lo que quedase de mí se detuvo. Ahora, de pronto, ya no estaba allí. Había vuelto a la Tierra, y ahora me encontraba en un libro de Kafka…desconcierto, desconcierto… sentía esa palabra cada segundo. Pasaba de un libro a otro, y recorrí miles de ellos al mismo tiempo. Ahora estaba en una calle, salía de unos labios finos, de pronto estaba en un rayo de sol…era confusión, era desorden.

Ya no estaba en ninguna parte y de repente estaba en todas, era una vorágine, aunque no había movimiento, o al menos no lo podía percibir. Tampoco existía el tiempo ya. Ahora estaba en un embrión, pasé a un beso adolescente y aparecí en una página en blanco… estaba en la vida y en la muerte, en la literatura, en la ciencia, en lo indescifrable y en lo conocido, estaba en todo. Me dejé caer sobre un hueco de la hoja en la que alguien escribía…y la tinta plasmó todo lo que ahora era: DESCONCIERTO

LAURA CABEZA VEGA

UN DÍA CUALQUIERA

Ese día era como todos los demás, y el hombre gris se despertó como una mañana cualquiera. Pero ese día él ya no era el mismo que el anterior.

Los rayos de sol entraban suaves por la ventana, acariciando la fría habitación.

Las sábanas blancas, deshechas, lo arropaban. Se desperezó cuan largo era, disfrutando de uno de los pocos momentos de tranquilidad que poseía. Entonces intentó levantarse de la cama para empezar con su rutina, pero algo se lo impidió. Volvió a intentarlo, pero le era imposible. Desesperado, intentó retirar las sábanas para ver qué le pasaba a sus piernas, pero tampoco fue capaz. En ese momento, asustado, se miró a sí mismo. Si hubiera tenido sangre caliente se le habría helado. En lugar de piel, unas escamas ásperas, grotescas y negras cubrían su cuerpo de manera uniforme, tan uniforme que no tenía extremidades. Las piernas y brazos, sencillamente, habían desaparecido. De haber podido, hubiera llorado y gritado, pero en su lugar un siseo fino y suave parecía reírse de él. Confuso, reptó hasta el espejo y, entonces, se contempló. Su lengua era bífida, y su cuerpo, ondulado. Por último se miró a los ojos, burlones, que parecían mirarle desde un abismo amarillento. Se había convertido en una serpiente.

Justo en ese momento el hombre gris despertó de su pesadilla. Al final parecía ser eso, sólo una pesadilla.

-Todas las historias, o casi todas, tienen un final feliz- pensó.

Entonces intentó levantarse de la cama para empezar su rutina, pero no pudo. Se miró. En lugar de piel, unas escamas ásperas, grotescas y negras cubrían su cuerpo de manera uniforme. Ese día se despertó como todos los demás, pero él ya no era el mismo que el anterior…

MIGUEL GARCÍA ORTEGÓN


Para finalizar os recomiendo esta recreación animada